Amsterdam |
El poder
simbòlic dels escacs ha estat abastament tractat a la literatura. Personalment,
La defensa de Vladimir Nabokov i Novel·la d´escacs de Stefan Zweig són
les dues novel·les que més m´agraden, tot i que se´n continuen escrivint de
força raonables, com ara Mishenka de
Daniel Tammet que he llegit fa poc i que fa una reconstrucció força fidedigna
del matx pel títol mundial que va enfrontar Mihail Botvinnik amb Misha Tal a
començaments dels seixantes.
Ara bé,
potser cap autor n´ha captat l´essència d´una manera tan rotunda com va fer
Borges en un parell de sonets: “En su grave rincón, los jugadores/ rigen las
lentas piezas. El tablero/ los demora hasta el alba en su severo/ ámbito en que
se odian dos colores./ Adentro irradian mágicos rigores/ las formas: torre
homérica, ligero /caballo, armada reina, rey postrero,/ oblicuo alfil y peones
agresores./ Cuando los jugadores se hayan ido,/ cuando el tiempo los haya
consumido,/ ciertamente no habrá cesado el rito. /En el Oriente se encendió esta
guerra /cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra./ Como el otro, este juego es
infinito.”
O també: “ Tenue
rey, sesgo alfil, encarnizada/ reina, torre directa y peón ladino/ sobre lo
negro y blanco del camino/ buscan y libran su batalla armada./ No saben que la
mano señalada/ del jugador gobierna su destino,/ no saben que un rigor
adamantino/ sujeta su albedrío y su jornada./También el jugador es prisionero/ (la
sentencia es de Omar) de otro tablero/ de negras noches y de blancos días./ Dios
mueve al jugador, y éste, la pieza./ ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/
de polvo y tiempo y sueño y agonía?"